jueves, 5 de mayo de 2011

El libro (parte 1)



Era tarde, el cielo de la ciudad cubierto por los arrebolados rebaños que tanto me gustaba apreciar. Ese color de despedida a cada minuto apaciguaba más y más, dejándome plácidamente dormido en el limpio pasto de esa plaza donde suelo pensar.

Abro nuevamente mis ojos un poco confundido por la somnolencia, solitariamente me senté en la fresca hierva con mi cabeza llena de pensamientos de lo cotidiano.-Tengo prueba mañana,trabajo la otra semana, presentaciones...Pero también pensaba en lo que sentía en ese momento, ese tajante y extraño agujero en mi pecho, el vacío que no te deja soltar palabras de amor y que te recuerda tantas cosas, como el simple eco de la soledad en esa caverna silenciosa.

Distraídamente miré a mi derecha; luego a la izquierda; la misma puesta de sol en esa casi vacía plaza, las plantas, los árboles, animales y nubes de costumbre en ese lugar; dirijo mi mirada esta ves, a mis pies que yacían frescos y tranquilos en el susurrante césped, desvío un momento mi mirada al arbusto de enfrente, cuando de manera tan fugaz y sorpresiva ante mi sombra se encontraba una preciosa chica de cabello largo como el tiempo mismo y unos ojos de un precioso marrón tan intenso y profundo, que de no ser por su movimiento, me perdería horas e incluso días buscándole sentido a tal belleza.

Embobado en su lacia cabellera de tan suave aspecto y luminoso en exceso para ser verdadero, mirando a lo lejos esos dos granos de café tostado que adornan esa delicada carita de ángel.

En ese extraño e hipnótico trance que tal hermosura evocaba y producía en mi, de manera súbita casi violenta, pero al mismo tiempo tan armoniosa gira hacia mi, creo que notó que la miraba, más nuestras miradas se cruzaron, sin despegarse por tan largo tiempo, sintiendo lo que el otro, viviendo con el otro en esa simple mirada. El rubor en mis mejillas comenzaba a ser notorio, el calor que estas emanaban era muy cálido pero también incomodo, esa misma sensación, al parecer contagiosa invadía su pálida cara, la dueña de esos preciosos ojos notandose ya el dulce y tierno color roza en sus blancas mejillas. Solo fracciones de segundo y parecían horas, en las que nos miramos con esa estúpida sonrisa de vergüenza con los ojos clavado en los del otro, pero puedo jurar que fue un momento intenso como sus almas, muy extraño y placentero, pero único e indescriptible...

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